De Vogue a Dachau. Una vida surrealista.


Ilustración Laura Rico

Al retratar a un personaje como Lee Miller, cuya vida y personalidad fueron tan intensas y fuera de lo común, son muchos los detalles a tener en cuenta.

En este caso la he retratado a lápiz sin darle ninguna importancia a la ropa, ya que ella rechazó su etapa como modelo, y en una edad más madura de lo que estamos acostumbrados a verla, que es cuando alcanzó su plenitud.

El corazón en el vaso da el toque surrealista que buscaba en su trabajo a la vez que representa tanto su vida amorosa, totalmente libre, como el dolor de lo visto y vivido en su etapa como fotoperiodista de guerra. Acabó resguardándose en el alcohol para mitigar el síndrome de estrés  postraumático.

La textura del fondo hace referencia a los azulejos de la bañera de Hitler, fotografía icónica en su carrera por muchos motivos y que dice mucho de quién fue esta magnífica mujer y hasta dónde era capaz de llegar.

Pero el elemento principal es su mirada: dulce e intensa al mismo tiempo, con un atisbo de dolor insuperable pero totalmente segura de sí misma; un “aquí estoy yo y mis circunstancias” indiscutible.

 

De Vogue a Dachau. Una vida surrealista.

Demasiadas veces sucede que, cuando hablamos de ellas, se les nombra a ellos constantemente. O peor aún, demasiadas veces sucede que, cuando buscas información de ellas, hay sospechas sobre la autoría de “las piezas” que se les atribuyen a ellos. Todo esto es cuanto menos curioso y nada casual.

Buscando información sobre Lee Miller lo primero que aparece es la palabra MUSA además de la catalogación de venus rubia o amante de. Después se cuenta que sus desnudos cautivaban a señores del surrealismo del S.XX o la descripción como provocativa de una fotografía suya con las piernas abiertas hecha por su padre, que se cree, abusó de ella.  A todo esto se introduce información sobre el modo en el que su vida estuvo marcada por su belleza y por su rebeldía, por su capacidad para cambiar de compañero de cama, por dejar a ese fotógrafo surrealista por su indómita naturaleza de no someterse a las “exigencias” de la fidelidad. Y como en otros artículos definen su persona como frívola.  

Demasiados cuestionamientos, ¿no?

He aquí que las mujeres, en general, y en el mundo del arte en particular han pasado a la historia como objetos, no como sujetos creadores, que es lo que fue Lee Miller.

Ella nació en 1907 en el estado de New York. A los 7 años, un cuidador contratado por la familia la violó, aunque hubo quien sospechó de su padre tras ver las perturbadoras fotografías de la niña. Fotografiaba desnudas con una estenopeica a ella y su hermana. Aunque también hemos leído que a causa de una violación a los 7 años de edad por un marino mercante, contrajo gonorrea y el padre usaba la fotografía de manera terapéutica fotografiándola desnuda hasta los veinte años de edad.

Fue descubierta en la calle en 1927 por un editor de Vogue, que la salvó de ser atropellada por un coche en Manhattan y ese mismo año fue portada de Vogue. Se convertiría en modelo para las mejores firmas de la época y las mejores revistas, su carrera acabó por “prestar” su imagen a un anuncio de compresas, algo indecoroso para la época.

“Prefiero tomar una foto, que ser una de ella” fue una frase que se le atribuye y que le lleva en 1929 a París por su deseo de convertirse en fotógrafa donde conoce a un famoso fotógrafo surrealista con el que mantiene un romance/relación/affaire/algo. Ella fue fundamental para el descubrimiento de la fotografía solarizada, un hito que se le atribuyó solo a él (al famoso fotógrafo surrealista) y que  descubrió Lee Miller por error; es más a ese efecto se le conoce como “Efecto ManRay” (el pino en cuestión) Esa relación produce tal simbiosis artística que hay gran confusión en la autoría del trabajo que realizan, lugares comunes para muchas de las mujeres creadoras.

Affaire aparte, es en París, en Montparnasse, donde Lee Miller explota su creatividad, pasando de ser mujer fotografiada a fotógrafa. Abraza el surrealismo y sus postulados muy avanzados artísticamente, no tan avanzados en el trato que daban a las mujeres en sus obras cosificándolas.  Es en esta época donde hizo su única película La Sangre de un Poeta de Cocteau.

Todo duró hasta 1932, cuando Lee Miller decidió abandonar el apartamento que compartía con el famoso fotógrafo surrealista para montar su propio estudio.

En 1934 Lee Miller se traslada a Estados Unidos donde comienza a trabajar en moda en un estudio fotográfico. Conoce a su primer marido y se va con él a Egipto, alejada del mundo artístico, es curiosamente  donde hace sus fotografías más conocidas.

En 1944 se convierte en corresponsal acreditada para el ejército americano. Sigue a las tropas de marina norteamericanas en el Día D. Ella es, probablemente, la única mujer fotoperiodista en combate que cubra el frente de batalla en Europa, los británicos lo tenían prohibido a las corresponsales femeninas, siendo testigo del asedio de St. Malo donde se usaron por primera vez por el ejército estadounidense bombas de napalm, la liberación de París, las batallas de Luxemburgo y Alsacia, o el horror tras la liberación de los campos de concentración Buchenwald y Dachau. Algunos documentan estas imágenes como surrealistas y otros como sádicas, lo cierto es que todo esto pasaría factura física y mental a Lee Miller.  Incluso en 1945 Lee Miller es fotografiada por su compañero reportero, desnuda en la bañera de la casa de Hitler y de Eva Braun en Munich, tan sólo un día antes del suicidio de ambos.

Acabada la guerra, Lee Miller escribía a su marido: “Le sigo contando a todo el mundo que no he malgastado ni un minuto de mi vida; lo he pasado maravillosamente, pero sé, en el fondo de mí misma, que si tuviera que volver a vivir sería aún más libre con mis ideas, con mi cuerpo y con mis afectos”.

Pasada la guerra vuelve a Reino Unido donde se asienta y pasa sus últimos años, por  la brutalidad de haber sido testigo de una guerra, sufre estrés postraumático y se vuelve dependiente del alcohol. No consiguió nunca olvidar el nauseabundo olor de Dachau: sería el  precio a pagar por haberse acercado demasiado con su cámara al horror de la barbarie.

Se divorcia, se vuelve a casar con un artista e historiador inglés, con el que tiene un hijo. Parece recuperarse de su adicción y de la depresión, y en sus últimos años de vida cambia la Rolleiflex por los fogones convirtiéndose en una especie de chef surrealista.

Olvida la fotografía por completo, guardando en cajas más de 60 mil fotografías y todas sus cartas y documentos, que son descubiertas después de su muerte por su hijo que ni siquiera sabía que ella había sido fotógrafa.

De Vogue a Dachau. Una vida surrealista.

Rocío Martín

 

 

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